21 octubre 2008

Ike visita Texas (Houston, 13 de septiembre de 2008)

Tras la visita discreta del huracán Gustav, que finalmente se decidió por volver a visitar a la ya afectada Nueva Orleans, la inminente llegada del huracán Ike nos llenó de escepticismo. Pero el miércoles supimos que no era broma: esta vez Texas era su destino definitivo.

El jueves, los alumnos mostraban cierto nerviosismo y constantemente preguntaban si eran ciertos los rumores que soplaban con fuerza en los pasillos: que iban a cancelar las clases el viernes. Aún así, mostraron un comportamiento admirable y pudimos hacer clase con total normalidad, y es que este año de nuevo soy afortunado al tener unas clases excepcionalmente buenas. Sin embargo, en la cuarta hora, los rumores se confirmaron: las clases del viernes se cancelaron en todo el condado, aunque la orden de evacuación solo era obligatoria para los condados de la costa. A las 2:30 nos aseguramos de que todos los niños regresaban a sus casas para prepararse para la visita de Ike.

Sydney entró en mi aula con cara de incrédula: “¿va en serio, esto, o qué?” –me dijo. “Creo que sí” –le contesté. Cubrimos el ordenador con la bolsa de plástico reglamentaria, desenchufé todos los cables, y nos largamos a mi casa a recoger mis cosas, incluido el gato, para refugiarme en su casa, un apartamento de veinticinco plantas que ya ha pasado por varias situaciones de emergencia. Una vez allí, decidimos ir al supermercado porque la radio avisaba que todo iba a cerrar a las 10:00. Heidi se enojó con nosotros porque no habíamos llenado de gasolina los depósitos, y es que en ninguna gasolinera quedaba ya una gota de carburante. Así que decidimos ir caminando, para ahorrar. En el supermercado apenas quedaban latas de comida, pero sí abundante fruta y comida preparada que, por cierto, estaban vendiendo a mitad de precio para evitar tener que tirarla al cerrar. Una mujer no paraba de decir “This is fun, this is so much fun!” mientras llenaba su carro de comida preparada como loca.

De vuelta a casa, y con la cocina llena de cerveza, vino, galletas, agua, pan y demás, empezaron a venir más amigos y más colchones. Desde el balcón, la vista de los rascacielos con el sol naranja escondiéndose tras ellos y las escasas nubes no parecía anunciar más que un bonito y soleado viernes.

Y así fue, aunque tan solo por unas horas. El sol de nuevo amaneció, pero al cabo de unas horas empezó a nublarse. Con las nubes, llegó el preludio en ráfagas de viento, silbando amenazante durante horas y horas, mientras observábamos por la televisión cómo el mar aumentaba rápidamente el nivel de agua hasta convertir la isla de Galveston en un auténtico mar de tejaditos de madera. Y al caer la noche, llegó a Houston toda la comparsa: el viento, la lluvia, los silbidos, las ráfagas, la destrucción. Ike nos ha azotado durante gran parte de la noche. Cada dos o tres horas, mi sentido de la supervivencia me despertaba para comprobar que ahí seguían el fuerte viento, la lluvia horizontal, los silbidos grotescos, las ráfagas que trataban de infiltrar el agua entre las rendijas de las ventanas. Pero al comprobar que el gato y mi compañero de habitación seguían durmiendo tranquilamente, yo también me tranquilizaba por dos o tres horas más, y así hasta que Sydney nos vino a despertar.

No hay comentarios: